Ruta a la Navidad junto al Padre Acosta - Primer Domingo de Adviento
Comienza el tiempo del
aviento, el tiempo que nos prepara para la primera venida de Jesucristo,
su nacimiento y también nos habla de los últimos tiempos, de su segunda
venida. Para la primera nos preparamos con alegría al recordar la Natividad del
Señor, el Niño Jesús, que para nosotros venezolanos es el día más feliz del año
litúrgico y también solar. Con respecto a la segunda venida de Cristo, que no
sabemos cuándo será, Jesús llega a decir lo siguiente, ni el Hijo del Hombre lo
sabe, solo el Padre (Mt. 24:36), para eso nos tenemos que preparar, porque no sabemos cuándo
será, ni el día ni la hora, pero sobre todo porque la segunda venida de
Cristo para cada uno personalmente, podríamos decir que es el momento en que
nos vamos a encontrar con Él en el juicio particular, es el momento del
tránsito a la Eternidad, porque el final de los tiempos nunca se sabe
cuándo será, solo Dios.
La Iglesia nos insiste en que
siempre tengamos el corazón preparado para la segunda venida que no sabemos cuándo
será y en este pasaje del Evangelio de hoy (Mt. 24:37-44) se nos habla de esa última visita suya, que sucederá al final de
los tiempos. “Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es
inminente –dice el Catecismo de la Iglesia Católica– aun cuando a nosotros no
nos ‘toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su
autoridad’ (Hch. 1:7). Este advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento”
(Catecismo de la Iglesia Católica, n. 673.)
De ahí la advertencia de
Jesús para que estemos siempre preparados. No pretende asustarnos, pero sí
abrir nuestros caminos a un modo de vivir más grande que relativiza los
pequeños afanes de cada día a la vez que los dota de un valor decisivo. La
venida del Señor nos puede sorprender en cualquier momento, de repente,
mientras estamos en medio del trajín cotidiano: “como en los días que
precedieron al diluvio comían y bebían, tomaban mujer o marido hasta el día
mismo en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta sino cuando llegó el
diluvio y los arrebató a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre”
(Mt. 24:38-39).
38 En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se
casaba, hasta que Noé entró en el arca;
39 y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a
todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.
Las palabras de Jesús
constituyen una invitación a la vigilancia. Sabemos que Él vendrá, pero no
conocemos cuándo, así que nos conviene estar siempre preparados, en todo
momento, libres para ir a su encuentro, no atrapados en las cosas de este
mundo, sino gobernándolas para que sean camino de santificación.
Para llamar la atención sobre
la necesidad de la vigilancia, Jesús propone una breve parábola, bien
ambientada en las aldeas de Palestina: “si el dueño de la casa supiera a qué
hora de la noche va a llegar el ladrón, estaría ciertamente velando y no dejaría
que se horadase su casa” (Mt. 24:43). La oscuridad de la noche es más propicia para que los ladrones se
acerquen sin ser vistos a unas casas, que tenían de ordinario una techumbre de
maderas y ramajes, y unas paredes de adobe, fáciles de horadar y abrir un hueco
por donde introducirse a robar. Por eso, si el dueño supiese que iban llegar en
algún momento, no estaría despreocupado, sino atento a mantener la integridad
de cuanto posee. ¡Cuánto más un cristiano ha de permanecer vigilante para
cuidar los tesoros de la fe y de la gracia que ha recibido! “Tú, cristiano
–recuerda san Josemaría—, y por cristiano hijo de Dios, has de sentir la grave
responsabilidad de corresponder a las misericordias que has recibido del Señor,
con una actitud de vigilante y amorosa firmeza, para que nada ni nadie pueda
desdibujar los rasgos peculiares del Amor, que Él ha impreso en tu alma” (S. Josemaría, Forja, 416)
Por lo tanto pensemos más
bien en nuestra vida, en cómo aprovecharla, alegrémonos porque nos vamos a
preparar para la vida, el nacimiento de Jesús, su cumpleaños, y luego vamos a
prepararnos para que el día a día nuestro sea para buscar el Cielo. Es un
espíritu de penitencia, por eso empieza el color morado en la celebración
litúrgica, primer domingo del Adviento, el Señor nos recomienda que
estemos en vela, preparados, que estemos siempre vigilantes, vamos a hacerle
caso y vamos a hacerlo con la Virgen que se preparó con gran cariño al
nacimiento de su Hijo, que así sea.
¡Permanezcamos atentos! Y pidámosle ayuda a
la Virgen Santa, Mujer de la esperanza, que supo captar el paso de Dios en la
vida humilde y oculta de Nazaret y lo acogió en su seno.
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Telegram: Capellaniarioclaro
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