El Adviento, que comenzamos hoy, nos lleva
a la Navidad, y desde allí, a la espera del regreso glorioso de Cristo. Nos
llama a un encuentro personal con Él. Cada día nos llama, cada día nos quiere
sacar de nuestros nubarrones, de nuestras angustias, de nuestros desalientos y
desamparos. Es un tiempo para dejarnos despojar de nuestra vida rutinaria y
llenarnos de esperanzas, luces en el corazón, anhelos de plenitud.
El Evangelio correspondiente al Primer
Domingo de Adviento que se lee en todas la iglesias (Evangelio Según San Lucas 21:25-28,34-36), nos enseña dos modos de vivir: con la cabeza elevada o con el
corazón ofuscado. Decidámonos a vivir con la cabeza elevada, como hijos de un
Dios Padre, que es Amor. Sabiendo descubrir la grandeza de lo que nos rodea,
del amor de Dios que nos rodea en nuestras situaciones concretas y reales, en
nuestra familia, en nuestro trabajo y descanso, en nuestros amigos. Cristo nos
da sus luces, su fuerza, su vida para saber descubrirle en cada cosa. Allí está
Él, esperándonos, para llenarnos de su gracia, de su modo de vivir y amar. Pero,
muchas veces, vivimos con el corazón ofuscado. Nuestros problemas y
dificultades, nuestras miserias y debilidades, nuestros temores, nuestras
decepciones, nuestros egoísmos y soberbias, parecen tener más fuerza. Llenamos
nuestros anhelos profundos de felicidad, de abundancia, de generosidad, con un
alimento que no sacia, porque vivimos mirándonos a nosotros mismos.
En el Evangelio del comienzo del Adviento,
Jesucristo nos da la clave para vivir cada día con la cabeza levantada. Nos
llama a estar despiertos y orar. Estar despiertos de ese sueño que siempre gira
en torno a uno mismo, que nos encierra en nuestra vida con sus problemas,
alegrías y dolores. Estar despiertos para mirar más allá de nosotros mismos:
allí donde Dios está mirando, allí donde Dios quiere llevarnos, sus sueños de
amor para nosotros y para este mundo. Estar despiertos para hacernos preguntas
que vayan a lo profundo de nuestro corazón: cómo y para quién quiero gastar mi
vida. En segundo lugar, el Señor nos llama a orar levantados, esperando a
Jesucristo para que en cada rato de oración redirija nuestros pensamientos y
corazones hacia Él y hacia nuestros anhelos más profundos de felicidad. Le
esperamos levantados, rezando, para que nos abra hacia los demás, para que nos
saque de nuestra pequeñez, para que podamos mirar este mundo con un corazón
enamorado.
Telegram: Capellaniarioclaro
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