Segundo Domingo de Adviento
El papel de Juan Bautista es decisivo en
este tiempo de Adviento, porque le pone rostro y nombre a la delicadeza con la
que Dios nos propone su plan: porque nosotros estamos destinados a compartir la
vida de Cristo, y por tanto el Señor también ha ido disponiendo y preparando
las cosas para la realización de nuestro encuentro personal con Él. Es
sorprendente, y la preparación para la Navidad apunta a eso: a que
redescubramos con capacidad de asombro renovada que el deseado de todos los
siglos está deseando habitar en nuestros corazones.
El anhelado nos anhela. Seguramente esa
convicción movía el corazón del Bautista, y por eso desempeñó su tarea
profética con tanto ardor: porque descubrir eso y abrirse a ese anuncio es el
inicio de la salvación. Por eso, este Tiempo de Adviento es muy propicio
para tratar con frecuencia en nuestra oración a San Juan Bautista, y pedirle
que nos consiga de Dios sus mismos deseos de preparar el alma para la llegada
del Señor. Pero para eso, deberemos acoger su mensaje de penitencia: es bueno
no olvidar que estamos en un tiempo de conversión, que no implica hacer grandes
cosas, sino quizás ofrecer con más cariño y alegría al Señor lo propio de
nuestro día a día, como Juan ofrecería las incomodidades del desierto y José y
María ofrecerían las molestias y contrariedades del camino hacia Belén.
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